
Como en la
película de
José Luis Cuerda, Cap Haitian es un singular pueblecito en el que las normas y costumbres son un poco diferentes de lo habitual: cuando llueve la gente tira la basura a la calle y el alcalde se niega a recogerla ("
¡Alcalde, todos somos contingente, pero usted es necesario!"); se organizan elecciones que nadie sabe cuándo se celebraran ni a quién se podrá votar ("Si no se presenta otra, no me importa seguir siendo la puta del pueblo"); y si te pillan robando lo más seguro es que acabes muerto por linchamiento popular antes de llegar a comisaría ("- Pero padre, ¿por qué mató usted a madre? - Porque era muy mala").
Los extraños habitantes de Cap Hatian, al igual que los de la película, se han acostumbrado a una extraña mezcla de visitantes: funcionarios internacionales con discurso indescifrable, militares chilenos que se empeñan en hablarles español, policías de medio mundo que se dirigen a ellos en francés y compatriotas residentes en Estados Unidos que ya sólo se comunican en inglés. Cap Haitian es un lugar lleno de Cascales, que como el personaje de Quique San Francisco, no les gusta su papel e intentan cambiarlo con cualquier otro actor del reparto.
Pero a diferencia que en
Amanece, que no es poco en Cap Haitian no hay humor, aunque seguro que es posible encontrar al alba un policía disparando al Sol.