Recién aterrizado de Ginebra y con el sueño cambiado, lo primero que hice al entrar en la habitación del hotel donde me hospedaba en Lima fue encender la tele e irme directo a la ducha. Al salir del cuarto de baño la BBC mostraba imágenes de las inundaciones y deslizamientos de tierra causados por la tormenta tropical Jeanne en Gonaïves. Durante un buen rato escuché atónito como la voz en off informaba sobre las cifras de muertos y desaparecidos, los riesgos de epidemias, las disputas por la falta de alimentos y los asaltos a convoyes de ayuda humanitaria por parte de bandas armadas. Un par de días antes había solicitado en mi oficina un puesto en Haití y en ese momento pensé: "yo ahí no voy".
La de vueltas que da la vida para que hoy, dos años después, esté haciendo las maletas rumbo a la ciudad de la independencia. Aún tengo ganas de batalla, pero por ahora la única gracia que le he encontrado a todo esto es que cada vez que le comento a alguien que me mandan a Gonaïves hace la misma mueca: una contorsión del rostro entre el asco y la compasión que no sé por qué pero me divierte.
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