No hubo tiempo para pasear por Isla Tortuga, Jeremie o Les Cayes. Me hubiera gustado tener mi top 5 de películas de zombis. También hubiera disfrutado explicándoles las contradicciones de esa rara especie que somos los expatriados en Haití. Presentarles a mis vecinos rusos, su borscht y la importancia de 50 gramos de vodka en momentos de crisis. Mostrarles mi jardín y las luciérnagas que lo visitan por la noche. Me quedé con las ganas de ironizar sobre la llegada a Puerto Príncipe del semáforo solar y los problemas derivados del test de paternidad que solicita la Embajada americana antes de conceder una visa. Aconsejarles una peluquería en Gonaïves. Les hubiera explicado las técnicas de construcción haitianas o cómo una buena idea y las ganas de cambiar las cosas pueden tener resultados dignos de mención, incluso aquí. Hablarles de lo que duele un orfanato. Sorprenderles con la cultura futbolística de los haitianos y su pasión por las selecciones de Brasil y Argentina y los equipos de la Liga. Subir las fotos de los atardeceres desde esa torre de marfil minustera llamada Montana. Otra vez será.
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