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El Pilar se ha convertido en el punto de partida de mis viajes de regreso a Haití. La devoción mariana no es lo mío pero por unas buenas tapas me vendo fácilmente, y eso mi abuelo a sus 93 años se lo tiene muy estudiado. Así, la víspera del viaje ya es casi tradición familiar que abuelo y nieto se acerquen al Pilar a poner una vela a la Virgen y culminen la mañana en un simpático mano a mano en la barra de Casa Portolés. Él se queda más tranquilo pero yo no puedo dejar de preguntarme por qué me empeño en contratar costosísimos seguros de viaje cuando la advocación mariana me ofrece lo mismo por el módico precio de un euro el cirio.

En la última visita a la Basílica descubrimos una bandera haitiana colgada de una de las columnas junto a dos de las bombas que cayeron dentro del templo y no llegaron a explotar durante el bombardeo del 3 de agosto de 1936.